«Hoy 23 de octubre se suspende toda la búsqueda del avión uruguayo caído en la Cordillera. Y se estima que, a mediados de enero, primeros días de febrero, se podrán hacer excursiones para buscar los restos y los cuerpos del accidente», fueron las palabras que los sobrevivientes del vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya escucharon a los diez días de estar varados en Los Andes.
Una noticia que para muchos hubiera sido devastadora —la terminación de su esperanza— para este grupo fue un llamado a la organización y al trabajo en equipo, un llamado a salvarse, a buscar la manera de seguir viviendo. Cuenta Roy Harley que, al escuchar esta noticia, comprendió algo: el mundo ya no los estaba buscando, si querían perdurar tenían que hacerlo por sí mismos.
En la nueva película de Netflix, La sociedad de la nieve, vemos relatada la impactante historia del accidente del viernes 13 de octubre de 1972, cuando, tras un episodio de fuertes turbulencias, 45 pasajeros sufrieron una caída de avión a una altitud de 11,500 pies en la Cordillera de los Andes. La primera noche fue descrita como el mismísimo infierno. Se escuchaba gente gritando y llorando de dolor, hambre, frío y miedo. Por supuesto, estaban rodeados de muertos cuando algunos no habían visto a ningún muerto en su vida. Sin embargo, recuerdan con una delicadeza y dulzura lo bello que se miraba el sábado en los Andes. «Parecía una postal suiza», mencionó Carlitos Páez.
Durante los 72 días que pasaron ahí, se enfrentaron con retos como la temperatura, avalanchas de nieve, pérdida de peso, problemas de salud y una carga mental inimaginable. Para sobrevivir fue necesario comer carne de sus compañeros y amigos fallecidos. Carlitos Páez dijo: «Es horrible el dolor de estómago de no comer absolutamente nada y es cuando te das cuenta de que empieza a surgir en todos al mismo tiempo esa idea. Empezaba a surgir en todos sin que nadie hablara».
Después de pasar más de dos meses varados, Nando Parrado y Roberto Canessa embarcaron en una caminata de diez días por la montaña con la intención de llegar a Chile y salvar al grupo. Tras ver cómo aviones sobrevolaban la zona sin verlos, que el rescate había sido frenado y ya no tenían más recursos, se dieron cuenta de que caminar en busca de la civilización era su última esperanza. Su única verdad era que al oeste estaba Chile. Así que, sin equipo, sin dirección, sin experiencia, sin profesionalismo y, sobre todo, sin miedo, decidieron que iban a «caminar hasta morir».
El 22 de diciembre de 1972, los dos valientes llegaron a Chile y se mandó el rescate a los otros 14 sobrevivientes. Un total de 16 hombres regresaron a Uruguay pesando alrededor de 40 kilos. Personalmente, me encanta escucharlos hablar porque sin importar que coquetearon con la muerte por tanto tiempo, solo comparten ganas de vivir. Alucinante el poder de adaptación y la fuerza que tiene el ser humano cuando realmente quiere vivir.
Constantemente se pregunta de esta historia; ¿milagro o tragedia? Aunque es de todo un poco, prefiero definirla como enseñanza. No olvidemos sus nombres: Roberto Canessa, Gustavo Zerbino, Eduardo Strauch, Alvaro Mangino, Fernando Parrado, Antonio Vizintin, Pedro Algorta, Alfredo Delgado, Roy Harley, Jose Luis Inciarte, Ramon Sabella, Javier Methol, Carlitos Paez, Roberto François, Daniel Fernandez, Adolfo Strauch.
Y, por último, no olvidemos las lecciones que dejan: Tantas veces en la vida se nos estrella el avión. Tantas veces vemos cómo la vida nos tira golpes de frente y tantas veces queremos rendirnos. Nos quedamos estancados, congelados incluso. Es aquí donde debemos entender que, primero, no somos el centro del mundo, por lo que somos nosotros los que tenemos que trabajar para salir adelante; segundo, la energía, fortaleza y flexibilidad que tiene el ser humano es indescriptible. No sabemos de lo que somos capaces hasta que nos urge ser capaces de ello. Tercero, y lo más importante, no importa si el avión va sobrevolando los hermosos Andes sin turbulencia o si se nos estrelló… por nada hay que desperdiciar ni un segundo de la vida, no hay que darla por sentada. Vale la pena luchar por ella, cuidarla, disfrutarla y vivirla.