Vivimos en un mundo donde damos todo por sentado, estamos cegados ante la superficialidad de las cosas. Buscamos y queremos más, no miramos lo que tenemos de frente. Estamos inconformes la mayoría del tiempo, nunca es suficiente con nada. Siempre queremos lo que no tenemos y se nos olvida apreciar los pequeños momentos. Desde chiquitos, nuestros papás nos enseñan a dar las gracias, pero ¿realmente el gracias que das hoy en día es genuino? ¿O solo es por educación?

Hace unos días, fui a un hospital por un voluntariado, a una jornada médica de oftalmología y estuve con varios pacientes y sus mamás. Fui la traductora en las consultas y las mamás se ponían a contarme lo difícil y el esfuerzo que tenían que hacer para poder cómprales los medicamentos o lentes a sus hijos. Entraban en un conflicto de intranquilidad en el que no sabían qué iban a hacer para poder pagar. Los niños tenían problemas con sus ojos, unos no podían ver, a otros se les iba su ojo, había muchos diagnósticos y eran apenas niños de tres años en adelante, eran muy pequeños. Estaban muy agradecidos por tener esta oportunidad, terminamos las consultas con abrazos, risas y agradecimientos.

Después de ver todos estos casos, pasé a cirugías y vi a los niños que estaban despertando de esas cirugías. Era difícil verlos porque cuando despertaban lloraban, lloraban sangre. Era impactante ver cómo estos niños tan pequeños estaban pasando desde ya por este tipo de procedimientos y problemas. Pero hubo uno que llamó mi atención, su nombre era Isaac, era un niño de siete años con síndrome de Down. Cuando despertó le dolían mucho los ojos, pero respondía bastante bien, fue de los niños más fuertes que vi. Empezamos a hablarle y nos sonreía a pesar de su dolor. La enfermera nos advirtió que pegaba, que tuviéramos cuidado. Pero en vez de eso él agarró mi mano y la sostuvo; la agarró en forma de amor, quería que lo sostuviera y que no lo soltara. Era un niño dulce y feliz. Ese momento me conmovió, tocó mi corazón. Me sentí llena, sentí felicidad y agradecimiento por todo lo que tenemos, porque a pesar de las gotas de sangre que él y su familia derramaban él decidía sonreír, sonreírle a la vida…

Él hizo que me diera cuenta de la importancia de ser feliz, lo importante que es ser fuerte, pero sobre todo la importancia de agradecer. Decir gracias, gracias por donde estoy hoy, por las oportunidades que la vida nos da. Porque a pesar de las pruebas, problemas, enfermedades… lo único que podemos hacer es ser resilientes y tratar de enfrentarlo todo. No dejar que la vida nos gane, nosotros ganamos.

Somos los dueños de nuestra vida, nosotros escribimos y decidimos lo que queremos. Podemos elegir el lado positivo de la vida o podemos nublarnos con las pruebas que nos manda. Elegimos sonreírles a los cambios, a las dificultades y no dejar que nos hundan, que apaguen nuestra luz. Somos los protagonistas, decidimos seguir en ese pozo sin salida o ir por el túnel buscando la luz.

Isaac me inspiró a poder sonreírle a la vida, porque a pesar del dolor que estaba sintiendo decidió sonreírnos y sostener mi mano. Quería sentir que todo iba a estar bien, y aparentemente todo va a estar bien. Es un proceso, pero debemos sonreír, debemos agradecer lo que tenemos. Tenemos que concientizar y apreciar los momentos que tenemos enfrente, no buscar la felicidad en otros lados, sino encontrarla en estos pequeños momentos. Habrá momentos en los que derramemos sangre, pero está en nosotros dejar que nos desangremos.

La imagen de la portada fue diseñada con IA a través de Imagine.

Autora

Daniela Espina

Desde hace poco leer y escribir se han convertido en mi hábito favorito ya que estas me permiten encontrar un escape y desenchufe de la realidad. Soy Daniela Espina y hoy te invito a leer mi columna Meraki, que en griego significa hacer algo con creatividad y amor, sumándole una parte de mí y de mi perspectiva.

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