Se hubiera sumergido en ese mar prometido, donde el humo la sumergió en estado de ensoñación, si no le hubiera pedido un cigarrillo aquella noche. Había comenzado con un juego de miradas en el que sus ojos danzaban pícaros ante sus movimientos. Cuando se encontraban con su mirada áurea, se escondían y se disfrazaban de algún movimiento mundano. Se sentía tan diminuta su lado, tan insignificante bajo su belleza. Pero algo dentro de ella la empujaba hacia él, una recia corazonada.

Le resultaba un martirio tener que apartar sus ojos de su mirada, a pesar de que su corazón cruja en sus adentros y trepe hacia su garganta en busca de aquellos labios desconocidos. Era un sentir extraño, uno que hacía temblar sus cortas piernas de una mezcla de espanto y placer. Fue como si su voz hiciera respirar a esos pulmones semimuertos, como si de su mano hubiese visto aquel embriagante cielo de nuevo y se hubiese rendido ante el vaivén de olas lejanas. Todo su cuerpo ardía y se congelaba con su distancia.

Las palabras fluían de sus bocas como cálidos torrentes de agua, como una melodía olvidada. Palabras que ella misma había enterrado, en aquel mundo de sueños. Era una infinidad la que sentía en su vientre, haciéndola sentir el vértigo de aquella vida vacía. Pero en ese momento se desnudó completa, lista para naufragar en sus brazos. Y le entregó todo lo que no tenía. Cada insignificante fragmento.

Existía cierta quietud en aquellos ojos de luciérnaga, que empapaban la noche de una tenue luz que le abrigaba el alma. Sintió como si tuviera todas las respuestas, la noche de pronto brillaba. Quería gritarle que la llevara con él, que le enseñara aquella oscura palabra que desconocía: amar. Había perdido todo y ganado únicamente aquellos brazos.

De pronto, lloraba sin saberlo.

―Si no vuelvo a verte, quiero que sepas que creo haberme enamorado de ti― dijo, con ese tono infantil, como si se asustara de que las palabras salieran de su boca, con vida propia y flotaran en el aire, densas y volátiles, como el humo de los cigarrillos.

El mundo entero guardó silencio y temía, al escuchar los latidos de su pecho, que su corazón se ahogara entre sus costillas. Él la tomó entre sus brazos, resbaló sus manos entre su espalda descubierta. Y la besó.

Desde entonces, nada fue igual. La vida entera parecía cambiar su curso en milésimas de segundos. Antes se creía dichosa pero, como quien descubre el placer más profundo, sabía que nada en el mundo podría quitarle esa sensación de vacío que tendría cuando sus labios se alejaran. Cerró los ojos y trató con todas sus fuerzas de guardar ese momento en su memoria, para atesorar en los silencios del alma. Trató de recordar ese aroma de cuello, extrañamente reconfortante, una mezcla de lluvia y cenizas. Buscó recordar cómo se sentía su aliento en su piel, cómo su boca se movía con la suya a un ritmo que desconocía.

―¿Por qué la vida es tan ingrata de darme una felicidad que buscaré toda mi vida y que jamás encontraré?― se preguntaba, mientras comenzaba a besar su cuello, bajando hasta el escote de su vestido, sujetándola fuertemente hacia él.

―¿Así que esto es el amor?― le susurró suavemente al oído, pero él no la escuchó.

Su cuerpo se derretía entre sus brazos. Y en aquellos instantes sintió volar, su alma descansaba lejos en un letargo infinito.

* * *

Sobre el pavimento descansan brillantes cadáveres de insectos que aún conservan ese tornasol en las alas, efímeras las llaman. Dicen, que solamente viven un día, que viven para aparearse y morir. Y mientras las observo pienso en ti, imagino que son nuestros cigarrillos que se vuelven cenizas en las aceras. Fantaseo con la idea de verte en rostros extraños, pero tu rostro se desdibuja; meros recuerdos de un pasado inexistente.

Por instantes, logro esquivar ese fantasma tuyo y me refugio en la indiferencia. Pero entonces regresas con tu mirada y siento que no te has ido del todo.

―Prométeme que no me olvidarás― te dije aquella noche, pero entonces era demasiado ingenua como para conocer la naturaleza efímera de tu amor.

Al observar esos esqueletos marchitos, recuerdo que yo he muerto, que esas alas diáfanas se las lleva el viento. Que tú has muerto y que ahora habitas lejos, tan lejos de mí. Que con cada paso que doy en esta ciudad vacía, escucho el eco de tu voz desvanecer. Que encuentro los escombros de nuestro amor descomponerse bajo el sol del verano. Y dime, ¿acaso podré yo olvidarte como tú me has olvidado?

*En español, efímeras. Nombre científico: Ephemeropteroidea. Las efímeras son la orden de insectos alados más antiguos que existe en la actualidad. Su vida en la fase adulta es muy corta, de donde deriva el nombre del grupo (en griego ephemeros = que vive un día). En la etapa adulta, buscan solamente aparearse, para luego morir y dar paso a una nueva generación. John Lloyd, explica en El nuevo pequeño gran libro de la ignorancia: «El apareamiento sucede en pleno vuelo y en cuanto finaliza, el macho cae al agua, muerto. La hembra pone huevos inmediatamente en el agua y, entonces, cae muerta».

Imagen tomada de: https://www.kcet.org/shows/earth-focus/the-mayfly-this-james-dean-of-insects-is-good-news-for-the-l-a-river

Autora

Sabrina Cabrera

Mi nombre es Sabrina Cabrera. Desde pequeña he vivido ensimismada en los textos de algún libro, absorta en el estudio de sus distintas peculiaridades. Para mí, estos han sido como una especie vestíbulo anómalo donde puedo escuchar la voz entrecortada de personajes, donde el paisaje obtiene cualidades mágicas y cada sensación resulta insólita, donde mis recuerdos se entrelazan de manera bizarra con múltiples historias, panoramas, personajes… Deseo entregarles las llaves de este vestíbulo que en ocasiones parece oculto y monótono, pero que ─una vez descubierto─ resulta repleto de fragmentos ilustres y eternos.

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