Se puede decir que soy una persona bastante miedosa. No me gusta ver películas de miedo porque después de verlas tengo que dormir con una luz encendida, me dan miedo los payasos desde pequeña y las alturas y yo no nos llevamos muy bien. Todos estos miedos son cosas con las que todos vivimos día a día. Hay miedos superficiales, como el miedo a las arañas o a la oscuridad, y hay miedos más profundos que limitan nuestras experiencias del día a día, como el miedo al que dirán, el miedo a fallar, el miedo al rechazo. Todos estos sentimientos son justificados y normales.  Mi papá me dice «mija, el único que no tiene miedo es porque es tonto» y bueno… aunque sería muy útil poder apagar esa vocecita en nuestras cabezas que nos limita a hacer las cosas que creemos que no se puede.

Yo tengo esa vocecita en mi mente todo el tiempo. Sobre todo, cuando monto a caballo. Llevo practicando equitación ya casi seis años, pero eso no significa que no tengo miedo. Las personas siempre dicen que después de caerse del caballo es importante volverse a subir de inmediato porque si no el miedo te paraliza y después cuesta más. Yo me he caído más veces de las que puedo contar, pero una que recuerdo muy bien fue cuando me quebré el brazo. Después de caerme, mi mamá me llevó de emergencia al hospital, ahí le dijeron que necesitaba una cirugía y dos meses de terapia. Tuve miedo al entrar al quirófano, tuve miedo mi primer día en terapia y tuve miedo mi primer día de regreso a montar después de dos meses. Consideré dejar el deporte que yo tanto amaba, por miedo. Por suerte mi familia estaba ahí para apoyarme y con el tiempo volví a ganar confianza en mí y en mi caballo. Ahora cada día mejoramos más y tengo más y más confianza en mí misma. Gracias a esta experiencia, aprendí que un ganador no es aquel que nunca pierde sino, más bien, ese que no importa cuántas veces pierda se vuelve a levantar y lo vuelve a intentar.

Lo que estoy tratando de decir es que todos somos diferentes, por lo que todos nuestros miedos vienen en diferentes formas y tamaños; y la vida viene llena de miedos, pero no importa cuántas veces la vida te tire al suelo, te tienes que parar, limpiarte el polvo y volverte a subir al caballo.

No es fácil hablar de nuestros sentimientos; sobre todo por el miedo a ser juzgados, no es fácil. Entrar al examen de química pensando «es que no soy muy bueno en química» no es fácil, defenderte ante esa persona que te hace sentir mal no es fácil. Por eso es importante tener a un porrista.

Un porrista es aquella persona que te ama y te empuja fuera de tu zona de confort y te hace ser mejor cada día. Para mí, mis porristas son mi mamá, mi papá y mi mejor amiga. Ellos me empujan a enfrentarme a mis miedos, ya sea subiéndome de regreso al caballo o ayudándome a estudiar para ese examen de química que me pone tan nerviosa. Por eso, busca a esa persona que quiere lo mejor para ti y que te motiva todos los días para ser mejor y recuerda que si uno se rinde cada vez que tiene miedo nunca va a ser exitoso.

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Autora

Kamila Basterrechea

¡Hola! Soy Kami y estoy en cuarto bachillerato. Soy la más pequeña de tres hermanos y la orgullosa tía de dos sobrinitos. Me gusta mucho estar con mis amigos, ver películas, leer, escuchar música y hacer actividades afuera, pero lo que más me gusta son los animales. El caballo es mi animal favorito en el mundo y practico equitación desde hace cinco años.

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