Querido diario:

¡Al fin mi vida se hizo interesante! La tercera es la vencida, ¿no crees? Tuve una aventura después de mucho tiempo; realmente la necesitaba para distraerme. Fueron muchos sentimientos juntos: miedo, emoción, nervios y algo nunca antes experimentado, me sentí como Supermán. Bueno, para no dejarte en suspenso, ¡nos fuimos a un canopy en la Antigua!

La experiencia con las medidas de prevención por el Covid-19 no fue muy diferente. Lo único era que teníamos que usar mascarilla. Me imagino que todo el equipo que llevábamos estaba desinfectado.

A mí me gustan mucho las montañas rusas y todo ese tipo de cosas que incluyen adrenalina, pero esta vez me sentía diferente, con muchos nervios. Sabía que la hora había llegado. La hora de subirse a una atracción diferente a todas las demás: el canopy de Supermán. Se llama así porque vas más o menos en la posición del superhéroe, no vas sentado. Desde pequeña me había llamado la atención, pero no me había podido subir por no tener el peso mínimo requerido. Ahora, que ya podía, estaba muy, pero muy nerviosa.

Para llegar a esa atracción, tienes que pasar por otro recorrido compuesto por tiros bastante largos, así que en todo el camino tenía esa angustia. Llevaba 17 libras extras gracias al equipo; me sentía muy extraña, pero no era molesto. Había unas vistas lindas de la Antigua, que a menos que no vayas en avión o helicóptero, no las vas a poder disfrutar. Eso supongo que me calmó un poco. Además de los guías, acompañándonos a mi papá y a mí, venía otra niña, de diez años, que estaba «fresh». Estaba re-tranquila, re-pilas, re-todo. Teníamos que atravesar algunos puentes colgantes (algo que siempre he odiado), y ella avanzaba rapidísimo, como si nada. Bueno, la cosa es que, a mitad del trayecto, llegó el punto donde su turno había acabado, ya que los siguientes tiros requerían un peso mínimo.

Allí comenzaba todo para mí: ya sabía que el momento se estaba aproximando. Después de que se fue la niña, vi que había una escalera vertical paralela a un tronco de un árbol gigante. Yo estaba así como «¿nos tenemos que subir allí?». Efectivamente la respuesta fue: «Sí». La escalera era parecida a una de esas de las torres de electricidad, que yo siempre pensaba «qué bueno que no voy a ser electricista» y pues resulta que, aun no dedicándome a eso, me tuve que subir a la escalera. Me imagino que tenía unos 30 metros de altura, ¡en vertical! No sabes el miedo que sentí. No quise mirar abajo, porque sabía que, si lo hacía, me iba quedar en el punto donde estaba y me iba a arrepentir. Solo miraba el tronco. Digamos que yo no soy la persona más deportista, así que los últimos peldaños me costaron un poquito; se requería de bastante fuerza en los brazos, algo que escasamente poseo.

Llegué hasta arriba, a la plataforma, y sentí una sensación de vértigo. Nunca les había tenido miedo a las alturas, pero esta vez estábamos tan alto y en una plataforma relativamente pequeña que se movía con el aire, que me dio nausea. No vomité, claro, y pienso que ese momento de vértigo y la subida de esa escalera valieron la pena. Los últimos tiros estuvieron realmente geniales. Después de un par de estos, nos tocaba hacer una caminata para poder llegar a la última plataforma, por la que había estado nerviosa por todo el tiempo. Al terminar de subir unas gradas estilo «resbaladero acuático más alto del Irtra», ya había llegado la hora.

Mi papá se fue primero, sentado, ya que tenía un par de libritas de más del peso máximo. Después me prepararon poniéndome el arnés: esa fue una de las partes en donde estaba más nerviosa. La plataforma era bastante más alta que las anteriores y en la preparación me tenía que poner más o menos en la posición de un clavado, me imagino que para agarrar aviada. ¡Qué sensación más fea! Sientes que te vas a caer al vacío, ¡horrible! Después de todo ese proceso ya tocaba empujarme. Tres, dos, uno… ¡Que experiencia más chilera! Sientes que vuelas y vas cómoda; puedes ver también lindos paisajes. Qué maravilla. Seguí todas las instrucciones paso a paso y, cuando ya había llegado, ya tranquila de no haber muerto en el intento, de la nada, me empecé a ir para atrás. Me gritaban que agarrara la cuerda, pero, aunque hiciera mi mayor esfuerzo, no la alcanzaba. Me empecé a poner como loca, no recuerdo nada de lo que me dijeron. Cada vez me hacía más para atrás y cada vez estaba más preparada para quedarme atascada allí por un buen rato. Ya me imaginaba allí colgada por horas, que no me sacarían, que los bomberos tendrían que venir por mí, que iba a salir como una noticia del periódico. Estaba panza abajo, en medio de la nada, a unos cuantos metros del suelo.

Fue un momento de pánico, cuando no logras razonar. Después me empecé a tranquilizar y me quedé callada (ya que chillé un poco al principio) y esperé a que alguien actuara. Cinco largos minutos después, llegó uno de los guías a rescatarme: buena onda, amable y comprensivo. Me imagino que ya había manejado este tipo de casos. Dos cosas que me molestaron es que nadie me dijo que me tenía que agarrar de una cuerda y que, cuando yo estaba atascada, el guía que todavía no había partido de la plataforma de salida ¡pasó a la par mía y no dijo nada! ¡Ni me volteó a ver! No me dijo algo como «ya vienen por ti» o «no te preocupes, todo va a salir bien». Pues no, solo pasó allí, yo atascada y viendo, con aliento de desesperanza, cómo él se alejaba. Pero bueno, al final todo salió bien. Creo que lo volvería a hacer.

Algo que aprendí de esto es que uno tiene que manejar este tipo de situaciones con calma, porque si uno se asusta, no puede pensar bien ni salir de su círculo de negatividad. Hay que respirar y ver la gravedad de la situación. Si es algo que se puede arreglar, aunque en ese momento parezca imposible, se va a lograr. Y si estás de náufrago en una isla desierta… no sé qué decirte. Respira y mira la gravedad de la situación.

En acción

Autora

Mari Vittorietti

¡Hola! Soy Mari Vittorietti, alumna de Segundo Básico. Desde pequeña me fascina todo lo artístico, especialmente actuar, porque puedo expresarme sin miedo, puedo ser yo misma. También me gusta experimentar y aprender cosas nuevas, porque logro salir de mi zona de confort y me topo con un mundo que desconozco. Le escribo a mi diario sobre mis experiencias, las que pienso que sean interesantes y divertidas, y… las comparto con ustedes. ¡Espero que disfruten los artículos que el e-capirucho tiene preparados para ustedes con mucho esfuerzo y dedicación!

Artículos de la autora