Dicen que todo en exceso es malo, yo creo que eso aplica a muchas cosas, pero no a la música. La música nos hace sentir diferentes, nos hace sentir bien, no sabemos exactamente por qué, pero simplemente lo hace. Claro que cada quien tiene sus preferencias y su forma de describirla, pero eso es lo bello: podemos elegir. Es como una droga, solo que no nos hace ningún daño. Es todo un mundo en el que nos podemos sumergir y nada malo puede pasar. Escuchando música entramos en las ideas y emociones de otros, que, muchas veces, nos dan ese consuelo de que no somos los únicos que nos sentimos así.

Durante este encierro, escuchar música me ha ayudado mucho, aunque lo que más me ha ayudado es poder hacerla. Aprender música te abre puertas que, cuando las entendemos, todo es mucho más interesante y emocionante. Mi primera vez experimentando esto, fue cuando descubrí la escala de blues en piano y empecé a improvisar. Todo tenía sentido y, de la nada, podía tocar lo que fuera y sonaba como yo quería: lo que oía transmitía lo que sentía. Eso me hizo comprender que la música era un tipo de terapia y que a través de ella podía decir lo que con palabras no.

En estos momentos, creo que la música tiene un gran poder, ya que nos puede ayudar a no caer en pensamientos depresivos y tristes porque siempre va a estar ahí para nosotros. Así que la próxima vez que estemos felices, tristes, enojados, deprimidos o aburridos, recurramos a ella porque, muchas veces, la mejor conversación que podemos tener es con la música.

Te aconsejo algunas de las canciones que me han acompañado en esta cuarentena:

Purple Haze de Jimmy Hendrix

Voodoo Child de Stevie Ray Vaughan

St James Infirmary de Cab Calloway

Rocket Man de Elton John

Água de Beber de Astrud Gilberto