Desperté. Dirigí mi mirada hacia la ventana, otra mañana nublada que me arrebataba el deseo de levantarme y continuar con la frustrante rutina de años. Vi hacia el techo preguntándome cuándo despertará en mí ese deseo de hacer las cosas bien, ese anhelo que hace tiempo murió. Llevo lo que se siente como mil años atrapada en una cárcel interior que entumece mi ánimo por vivir y por avanzar. Buscando cualquier razón para levantarme, no logré sentir nada más que esa desesperada llama que me grita cada día para finalmente tomar control y volver a ser yo, pero por alguna razón, nuevamente, la apagué. Y recordé la noche anterior. No, no había funcionado. ¿Tal vez fue una pesadilla? No. Si en verdad hubiera ocurrido, si en verdad lo hubiera logrado, hubiese sido un sueño. Una vez más, me levanté e hice lo que tenía que hacer. A punto de hacer mi cama, me sorprendí al ver que ya estaba hecha. Estaba intacta, como si nadie hubiera dormido ahí. Ya lista, fui con mi madre. Como siempre, mientras tomaba su café en bata y sentada en la cocina le dije los buenos días. No contestó. Supongo que no estaba de buen humor. El autobús llegaría en cualquier momento, así que salí de casa hacia la estación. Siete minutos en la neblina y el autobús no venía. Ya era muy tarde, entonces llegué a la conclusión de que al piloto se le había olvidado recogerme, aunque era muy extraño porque es un señor recto y puntual. Fui a la siguiente parada y la asistente casi me cierra la puerta en la cara, aunque pude subirme a tiempo. Saludé educadamente y por segunda vez fui ignorada hoy. «Que se jodan todos», pensé. Quise sentarme en mi asiento usual, pero una niña nueva ya se había sentado ahí. Nunca la había visto antes, pero había algo en ella que se me hacía tan familiar. Tenía un aspecto envidiable, aunque se le veía apagada. Fácilmente deduje que estaba cansada, pero no en cuanto a un mal hábito de sueño. «¿De qué?», me preguntaba. Sin querer molestarla, me senté en otro lado y me quedé dormida en el camino hacia la escuela, pero nunca desperté. Nadie me despertó.

Ya era el medio día y ya me había perdido por lo menos tres clases del día. «Que se jodan todos», pensé otra vez. Estaba muy enojada. Tan enojada que comencé a llorar.

Sentí que alguien me tocaba el hombro. De inmediato, dejé de llorar y me salté de un susto. No podía ver nada. Sé que alguien estaba ahí, pero no lograba ver quién era. O qué era. Una voz. Una voz extraña me habló y era como un susurro, pero en realidad sonaba tan fuerte que sentía que resonaba en mi cabeza. «Sal de aquí y entra a clases. Cállate y observa». Confundida, traté de replicar, pero un sonido comenzó a retumbar en mi cabeza de tal forma que ardía. Entré a mi clase y, otra vez, como si no existiera, nadie pareció notar mi presencia. Otra vez, esa niña del autobús estaba en mi asiento. ¿Me reemplazaron? No comprendía.

Durante todo el día no podía evitar ver a la niña nueva. Que ella estuviera aquí me daba escalofríos y me llenaba de inquietud. Cada vez que la veía sentía que flotaba, como si me desvaneciera poco a poco. No lo sé. Yo solo sé que este día no se sentía normal.

No, no era normal.

La niña se veía feliz. En realidad, parecía perfecta e irreal. Pero esos ojos… La veía directo a los ojos y, de nuevo, sentí su cansancio. ¿De qué? Sigo sin entender. ¿Cómo alguien como ella podría estarla pasando mal?

Comencé a darme cuenta de que nadie me notaba. Es más, es como si yo no estuviera ahí. Veía a la niña nueva y otra vez comencé a tener esa sensación como si flotara, desde las puntas de mis dedos hasta la de mis pestañas. No pude más y tuve que ir al baño a vomitar. Dentro del baño y luego de un rato, volví a escuchar esa voz. «Escucha». Queriendo ignorar esa voz aterradora, corrí al lavamanos para lavarme la cara. Mientras me frotaba el rostro con agua, frustrada, como queriendo limpiar toda esa conciencia llena de suciedad que cargaba, pensé «¿Qué hay de malo en mí? Detesto sentirme así. Me doy asco. Todos están perfectamente bien sin mí. Estoy más que segura de que el hecho de que esté o no esté no afectaría en nadie ni nada, es más, todo sería mejor. No soy más que un estorbo, una farsa y una decepción». Comencé a llorar, aún con los ojos cerrados. De nuevo, la voz: «abre tus ojos». Los abrí y de inmediato me paralizó lo que vi frente a mí. Era esa niña nueva, esa niña que no conocía. Vi sus ojos. No, mis ojos. ¿Por qué tenía mis ojos? ¿Quién es ella, tan familiar?

Un sonido ensordecedor me agobió tanto que me desmayé.

Todo era negro. No, había muchos colores. Colores que nunca creí que existían. Más bien, colores que no recordaba que había. Y luego, la voz: «Respira, y observa». ¿Yo? Flotaba. Tratando de tocar los colores que estallan a mi alrededor, al fondo pude ver a esa niña de ojos cansados. Estaba en un cuarto, tirada en su cama sin expresión alguna. No hacía nada, ni siquiera escuchaba música. Nada. Era como si solo existiera. Así pues, como si una fuerza la hubiera poseído, se levantó, tomó un cuaderno y comenzó a escribir. ¿Qué escribía? No lograba ver. De repente, comencé a ver una serie de emociones muy fuertes salir de ella. El tiempo no era un límite: alegría, ira, tristeza, miedo, curiosidad. Vi, parece ser, escenas de muchos años en lo que se sintió como 30 segundos. Una gran energía fluía de ella.

Quedé paralizada cuando me vio directamente a los ojos. Otra vez, flotando, sentí que veía mis propios ojos en ella. Y luego recordé.

Anoche, decidí apagar esa llama. Esa niña llena de energía, de sensibilidad y, más que todo, anhelo por vivir, yo la había matado. ¿Por qué? Porque quería tener la razón, como siempre. ¿Sobre qué? De que la vida después de mi muerte sería mejor.

¿Quién era ella? Esa niña era yo, ese fuego dentro de mí que llevaba tanto tiempo ansiando por arder. La había olvidado. No, sí sabía que estaba ahí, en alguna parte, pero por el miedo a fallar y a decepcionar, por el miedo a dejarme vivir, la enterré y abandoné.

Sin nada más que poder hacer, pues lo escrito en este enigma llamado vida no puede borrarse, mi alma podrá reposar. Excepto, que dicen que quien se arrebata la vida no encuentra la calma, así que no me queda nada más que conformarme en una eternidad en la que mi alma, luego de descubrir que le robé aquello que aún tenía para dar, se pudrirá en paz.

Autora

Nicole Rosal González

¡Hola! Me llamo Nicole Rosal y estoy en Quinto Bachillerato. Como tú, soy mucho más que mi nombre. Soy una persona con mente abierta, apasionada e independiente. Vivo con una mentalidad: cuando crezca, quiero poder mirar atrás y saber que todo valió la pena. Soy una de las personas muy flexibles en torno a mis gustos. Me encanta la música clásica, el blues y el jazz, pero también adoro el rock y el pop, incluso me gusta el rap; estoy loca por los libros y, a la vez, me gusta ver películas o series de televisión; me gusta hacer deporte, al igual que jugar videojuegos. En fin, háblame de cualquier cosa, que seguro me parecerá fascinante.

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