Sonó el despertador. Y yo, con un poco de sueño, me resistí a su llamada insistente. Sin embargo, sabía que hoy era el gran día. Sí, «hoy es Navidad». ¡Hoy podré darte una gran sorpresa! –pensé. Y al mismo tiempo, sonreí. Extendí mi mano y ahí estabas «tú». Te busqué entre las cobijas. Y te encontré: un poco despeinada, con tus mejillas «rosas», salpicadas por tus hermosas «pecas». ¡Buenos días amor! – dije. A lo que tu contestaste con un delicado «esbozo de sonrisa». No pude más, no resistí y besé tu frente. Salté de nuestra cama y corrí hacia el baño. El agua tardó en calentar. Ya en la ducha, repasé en mi mente, las cosas que debía comprar. E imaginé cómo sería el momento de la gran sorpresa. ¡Una especialmente diseñada para ti!
Al menos, en mi corazón. En mi mente.
¡Sí, preparada para «ti»! Amor, pronto regresaré –te dije. ¡No tardes! Contestaste, justo antes de dar un sorbido a tu café humeante. Conduje por pequeñas calles. Todo era algarabía, felicidad, compras, bocinas, rayos de sol, en fin, una estampa de cosas bonitas. Estacioné mi auto y empezó mi búsqueda. Mientras caminaba… Pensaba en ti. Sonreía por momentos. Te imaginaba, te apoderabas de mi mente, como muchas otras veces. De repente, un olor maravilloso me sacó de mis pensamientos. Sí, he encontrado el primer ingrediente –pensé. Unas zanahorias —de color naranja brillante aguardaban por mí. Eran hermosas, además, unas colas verdes, las adornaban de forma espectacular. ¡Qué aroma tan fresco!
Seguí caminando y con ojos muy atentos, continué mi búsqueda. Unas cebollas blancas como la nieve esperaban. Todas acomodadas en forma de volcán. ¡Preciosas y jugosas! Sí, son las indicadas para la sorpresa. ¡Tu sorpresa!
Crucé en una pequeña calle y ahí estaban, unos deliciosos tomates y chiles pimientos. Rojos como la grana. ¡Hermosos! Tomé un tomate, cerré mis ojos y sentí su aroma. Me recordaron a tus mejillas. Sonreí y los acomodé en mi bolsa. Falta algo pensé. Caminé y caminé, hasta encontrarlos. Ahí estaban, delgados y un poco despeinados.
Me recordaron a ti, a la escena que guardé en mi corazón. Sí, la de hoy por la mañana. Cuando te vi, un poco despeinada. Pero para mí, lucías, bella, hermosa. Ahí estaban los puerros. Compré varios. Y por último, un pollo jugoso. Él complementaría la sorpresa. ¡Tu sorpresa! Llegué hasta mi carro, muy contento de tener todos los ingredientes listos. Más tarde, cerré la puerta de la cocina. Amor, ¿por qué estás encerrado? –dijiste, tras la puerta. A lo que contesté «¡No puedes entrar!». Está bien, está bien —respondí. Y así, me perdí en la receta.
Una que yo había inventado. Con exactitud, corté todos los vegetales. Agregué las dosis adecuadas de cada condimento. Preparé el pollo, la salsa, etc., etc., etc. Ahora, es turno del horno. Y pensé: en un par de horas estará lista la sorpresa para ti. El aroma inundaba la casa. «Nuestro hogar». Y así fue, llegó el momento de la cena: sonreíste y dijiste «¡Amor, esto está espectacular! Preparas el pollo más delicioso que he probado».
Y… ¡Esta salsa que lo acompaña, es única! ¡Me fascina! Y yo pensé: «es mi manera de decir ¡te amo!». Te abracé fuertemente. Y tú correspondiste. Tus ojos brillaban. Y los míos un poco más, mucho más. ¡Feliz Navidad, amor! –dijiste. Y yo sin más, respondí: ¡Feliz Navidad! Y agradecí en silencio por tener con quién compartir mi receta. «Una de amor». Una que más que vegetales y pollo, llevar eso: amor.
¡El ingrediente secreto de todo en la vida!
¡Feliz Navidad, amor!