De pequeños, a todos nos dicen que nunca nos rindamos hasta alcanzar nuestros sueños. Esta es una valiosa lección sobre la ambición. Nos enseña que todo lo que soñamos es posible, pero requiere de mucho esfuerzo. Nunca nos enseñan que pueda venir algo malo de la ambición, pero en «El emperador», Carol Zardetto demuestra que una ambición sin límites puede tener terribles consecuencias cuando es corrompida por la arrogancia.

El cuento describe el imperio de Chin Shi Huang, quien fue el primer emperador de China. Cuando es coronado como rey, se prepara para responder a sus deberes con autoridad. Su primer acto notorio de autoridad es cuando descubre que su madre tiene un amante y dos hijos ilegítimos y decide condenar al amante y a sus hijos a la muerte. A su madre la exilia. Este acto cruel demuestra la falta de piedad de Ying Zheng, quien poco después conquista la China entera y se autodenomina Chin Shi Huang Di, que significa «el primer Dios divino de China». Luego continúa sus actos crueles de autoridad al ordenar que se destruyan todos los libros simplemente para evitar que existan textos que hablen en contra de él. Sus actos terroríficos hacen que se unifique el imperio de China, convirtiendo a Chin en el primer emperador.

La figura de Chin Shi Huang puede ser comparada a figuras clásicas de la ficción, como Macbeth de Shakespeare, quien encuentra una terrible ambición por conseguir todo el poder y convertirse en rey. Por otro lado, está Victor Frankenstein, quien adquiere una ambición por sus creaciones científicas tan grande que crea a un ser humano artificial sin pensar en sus consecuencias. Hasta lo podemos comparar con un personaje más moderno como Walter White de la serie Breaking Bad, quien encuentra su ambición sobre la adquisición del poder cuando recibe noticias de su cáncer de pulmón.

A pesar de sus similitudes, cada personaje adquiere el poder a su propia manera. Por ejemplo, Chin lo consigue al matar a millones de personas que se oponen a él (los expertos estiman que mató a alrededor de 28 millones de personas), mientras que Walter White lo adquiere al convertirse en el distribuidor de metanfetaminas más reconocido y más exitoso en el mundo de los narcotraficantes.

No obstante, todos estos personajes tienen algo en común: su ambición es aumentada por la arrogancia que causa el poder que adquieren y eventualmente resulta en su propia perdición. Cuando Chin Shi Huang consiguió el poder absoluto en el país, llamándose a sí mismo el Dios de la China, se dio cuenta de que ya estaba envejeciendo y temió su propia muerte. Cuenta la leyenda que cayó un meteorito y en el cráter apareció una piedra que proclamaba que al morir el primer emperador, la China se dividiría. Chin negó esto por completo y ordenó que se destruyera dicha piedra. Siendo el «Dios de China», deseó no morir nunca y ordenó a sus generales que encontraran el elixir de la vida. Luego de mucha búsqueda, un general le entrega una sustancia «mágica» con poderes de restauración que llama mercurio. Chin no lo cuestiona y comienza a tomar dosis diarias, lo cual, obviamente, lo mata. Al igual que los demás personajes, Chin causó su propia destrucción con su propia ambición y arrogancia.

Sin embargo, la ambición no siempre es algo malo. Los personajes que fueron destruidos gracias a su propia ambición nos enseñan que conseguir lo que queremos siempre es posible, pero que no debemos dejar que el poder corrompa nuestro ser y cause arrogancia, ya que esta es muy peligrosa y tiene la capacidad de destruirnos por completo, pero si manejamos nuestras ambiciones con prudencia, podemos alcanzar nuestros sueños sin encontrarnos con un final tan oscuro como el Chin.

Entonces, la próxima vez que alguien te diga que no te rindas, recuerda la historia de Chin y actúa con prudencia. Recuerda que la ambición puede tener tantas buenas como malas consecuencias. Y, sobre todo, evita la arrogancia.

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