Entonces ahí estaba nuevamente. Ese fétido olor que me recordaba los peores momentos de mi vida…

No recuerdo cuándo inició todo esto, mi madre fumando y peleando por el teléfono. Creo que yo fui una niña independiente desde que se separaron y mi madre cayó en depresión, yo solo intentaba no ser un problema más para ella. Excepto ese día, todo hubiese sido tan diferente sin tan solo por una vez hubiera hecho lo que yo creía mejor y no lo que mi madre me obligó a hacer.

El último día de mi vida comenzó sin parecerlo. Desayuné, me cambié y ya estaba lista para tomar el bus e ir a la escuela, como ya era costumbre para mí hacerlo cada mañana. Pero ese día hubo algo diferente, alguien tocó a la puerta intempestivamente, se notaba que estaba muy enojado. Mi madre se notaba asustada, antes de abrir la puerta me mandó a mi habitación con prisa. Sin embargo, en lugar de ir a mi habitación, me quedé en las escaleras observando lo que iba a suceder después. Mi madre, Alejandra , abrió la puerta y comenzó a gritar, “tú me abandonaste” “¿Quién eres tú para llegar tan tarde en su vida?” “Vete o llamaré a la policía”. Lo único que alcancé a oír por parte de mi madre. La persona detrás de la puerta era un hombre en sus cuarentas, por su parte exigía algo, solo escuché, “Te demandaré y me quedaré con ella”. Luego mamá le tiró la puerta en la cara, cerró las cortinas y subió a mi cuarto. Estaba histérica, apenas y entendía las palabras que salían de su boca. Por sus actos entendí que ese día nos iríamos de casa para no volver en un largo tiempo o jamás.

Tomó mi mochila de la escuela y esparció todo su contenido en el piso, metió un poco de ropa, me la entregó y me sentó en el sillón de la sala mientras ella empacaba sus cosas. No se tardó más de diez minutos en volver por mí y subirme al auto, se sintió muy raro que me sentara en el asiento de enfrente, era la primera vez que viajaba ahí. Mi madre jamás había manejado tan rápido como ese día, no nos detuvimos en casi tres horas, y cuando lo hicimos solo fue para que mi madre bajara a una gasolinera a comprar cinco cajetillas de cigarros. Fue ese momento, fue el momento decisivo para la tragedia que venía después….

Íbamos a toda velocidad, ni siquiera nos deteníamos en los semáforos. Mamá me pidió sacar el encendedor que tenía en su bolsa y además una de las cajas de cigarros que había comprado. Bajó la mirada del camino para sacar uno de los cigarros y poner fuego en la punta. En tan solo un segundo un carro nos aturdió con el ruido de su bocina, y el destello de sus luces nos cegó. En un segundo todo estaba en blanco, no había ruido, no había nadie, no había problemas….

***

Desperté con el sonido de la voz de una mujer retumbando en mi oído, era alguien llamando a mi nombre. «Alejandra, Ale», repetía una y otra vez. Hasta que abrí mis ojos. Me costó unos segundos recuperar la conciencia lo suficiente para preguntar dónde estaba y qué había pasado. Una enfermera se sentó a mi lado, puso sus manos sobre la mía, me miró a los ojos y dijo: «Alejandra, esto es un hospital, estás aquí por el accidente en auto que tú, y la que creemos es tu hija, sufrieron en la carretera 95». Lo único en lo que podía pensar era en mi hija, intenté ponerme de pie para ir a buscarla, pero mis piernas no respondían. Otra de las enfermeras se puso al otro lado de mi cama para agarrarme con fuerza mientras su compañera me decía que había quedado paralítica por el accidente. Inmediatamente solicité ver a mi hija, yo necesitaba verla, necesitaba saber que ella estaba bien, necesitaba estar segura de que ella no tendría una condena, como la mía, de por vida, por mi culpa. La enfermera volteó a su compañera, movió la mano, como diciendo algo. Luego se sentó a mi lado e intentó calmarme, yo no la dejé hablar, solo gritaba que me dejaran ver a mi hija.

No pasó mucho antes de que la enfermera entrará a mi habitación con una silla de ruedas. Me lancé al piso con el propósito de llegar a la silla, pero no fue como esperaba, tuve que solicitar ayuda para levantarme y llegar a ella. La enfermera me tomó de la cintura y logró sentarme en la silla. Luego de salir del cuarto, el silencio fue sofocante. Íbamos muy lento. Primero pasamos por el área de maternidad y poco después de ahí estábamos en el área de pediatría. Mi corazón volvió a palpitar cuando vi que habíamos llegado al lugar donde debía estar mi hija, pero se detuvo cuando salimos de ella. Entramos a un lugar sombrío con tan solo tres habitaciones. Al fijarme bien, mi hija, Tammara, estaba en uno de los cuartos. Recostada en la cama, tenía los ojos cerrados, tan bella. Por un instante pude respirar. De pronto vi cómo un hombre se acercaba a su cama, tomaba la sábana y la ponía sobre su tan dulce rostro. Mi cuerpo, mi corazón, mi alma no pudieron soportarlo. Sentía que todo el mundo se caía, sentía que mi cuerpo ya no se sostenía. Y así fue, caí al piso a revolcarme en mi miseria, a limpiar mis lágrimas de culpa y dolor…

Autora

Miranda Ovalle Asensio

Mi nombre es Miranda Ovalle Asensio. Nací el 11 de marzo del 2006 en la ciudad de Guatemala. Soy una persona muy apasionada por vivir la vida un día a la vez. ¡Si puedo ayudar a quien sea en el camino, lo haré sin dudas! Disfruto de viajar y conocer cosas nuevas. Pero la mejor manera de pasar mi tiempo es platicando por largos ratos y riéndome con las personas que más amo.

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