Todos tenemos una historia, no importa de dónde venimos, qué tan grandes o pequeños somos o en dónde nos encontramos actualmente. Siempre hay una historia detrás de cada sonrisa, mirada, saludo. Esta es la historia de la familia de una de las personas que hicieron posible nuestra gran formación educativa, Ana María.

Como cualquier buena historia, hay que empezar, pues, en el principio. Los padres de Ana María son de lugares un poco lejanos de donde nos encontramos. Su padre, Frantisek Ricica, nació el 28 de septiembre de 1913 en el tiempo del Imperio Austro-Húngaro y su madre, Anna Siskova, nació el 9 de septiembre de 1919 en Checoslovaquia (lo que ahora es la República Checa y Eslovaquia).

¿Por qué salieron de su tierra natal?, se preguntan, ¿por qué mudarse a 10,000 km de distancia? Como se sabe, la Primera Guerra Mundial fue un evento terrible para muchas personas, no solo por todos los fallecimientos, sino también por la economía y forma de actuar de una sociedad. Es más, Ana María nos cuenta que su abuelo materno fue prisionero en Siberia en esa guerra. «Tuvo suerte de llevar un abrigo pesado de pieles que llegaba hasta el suelo, ya que lo ayudó a pasar el frío invierno y regresar a casa», cuenta. Después de la Primera Guerra Mundial, Checoslovaquia tuvo un rápido crecimiento industrial que les permitió a muchos jóvenes estudiar y prepararse para ingresar a las industrias emergentes. La economía era muy inestable debido a la caída de las monedas por la recesión europea. Había muchos problemas de integración de las diferentes regiones checas y eslovacas. Existían serias diferencias en los territorios fronterizos, en especial con Alemania, Rusia y Hungría. Los padres de Ana María vivían gracias a su vocación agrícola. En ambos lados de las familias, tenían tierras donde se sembraban trigo y centeno. También se acostumbraba a tener frutales. Frantisek contaba que cuando se recogían las peras se guardaban entre el heno para que fueran madurando y que de niños solían recostarse en las tardes de verano y refrescarse comiendo las peras maduras que se deshacían en la boca.

Las familias vivían en las ciudades, y las fincas estaban en las afueras. Tristemente, estas tierras se perderían después de la Segunda Guerra Mundial, con los comunistas en el poder. Tras la caída del Muro de Berlín en 1989, los checos se liberaron de la opresión soviética y paulatinamente fueron dando de vuelta las propiedades previamente confiscadas. La familia de Fratisek aceptó una parte de las tierras y algunos familiares volvieron a trabajar en ellas cultivando vides.

Las guerras eran tiempos muy complicados. Muchos presenciaron de cerca esos sucesos, tales como el esposo de la tía de Ana María, quien contaba sobre su pelea en la batalla de Montecassino en Italia en 1944. Fue una batalla muy dura con muchas pérdidas y derrotas en los dos lados. Cuenta que él se encontraba en la brigada técnica eslovaca.

Los jóvenes buscaban mejores alternativas para vivir tranquilamente. Ambos padres de Ana María, sin conocerse todavía, hicieron exámenes de oposición para optar a unas becas ofrecidas por una empresa llamada Bata. La Bata era una industria de calzado fundada por Tomás Zlin en 1894. Entre sus ideas y logros, destacaron la producción en serie, el calzado de bajo precio, la división por departamentos y la profesionalización del recurso humano. Por ser una fábrica muy grande, tenía más de 5,000 empleados. Casualmente, Anna y Frantisek nunca se conocieron durante esa época porque la fábrica, los complejos para vivir y estudiar eran muy grandes.

Desafortunadamente la situación en Europa era cada vez más complicada. Las rivalidades, el nazismo, la depresión, la agitación política, absolutamente todo indicaba la aproximación de una nueva guerra. Los Bata, que estaban al tanto de la situación y tenían el presentimiento de que una guerra se estaba aproximando, decidieron expandirse y abrir fábricas en Estados Unidos y otros países. Para establecerse, enviaron a sus mejores trabajadores para trabajar como instructores. La idea era mantener a la empresa viva en las afueras de Checoslovaquia. Esta diversificación se comenzó a realizar hacia 1932. A ambos, Anna y Frantisek, les propusieron viajar a los Estados Unidos de América para integrarse a la fábrica de Bata que había iniciado en Belcamp, una pequeña ciudad en Maryland. Por supuesto, ambos aceptaron porque más vale prevenir que lamentar, ¿no? Lo más sorprendente es que Anna no había ni siquiera cumplido los 21 años todavía, por lo que seguramente su papá debió haber autorizado la salida, confiando en que ella tomaría la mejor decisión para su futuro.

Frantisek salió por tren en julio de 1939 hacia Alemania, al puerto de Bremer, donde levaron anclas en el trasatlántico SS Hansa con destino a la ciudad que nunca duerme, Nueva York. Luego, de ahí a Belcamp, donde ya se encontraban los checos que habían partido en viajes anteriores. Anna partió junto con el último grupo que los alemanes dejaron partir de Bremer, en el trasatlántico Europa. Gracias al sello en su pasaporte, se puede confirmar que la salida se realizó el 10 de agosto de 1939. La guerra estaba a un abrir y cerrar de ojos.

Siempre que se llega a un lugar nuevo, con culturas, idiomas y costumbres diferentes, adaptarse puede ser un gran reto. Para su mala suerte, ninguno de los dos hablaba inglés, pero sí checo, eslovaco y alemán, que era el idioma que se enseñaba en aquel entonces en las escuelas. Sin embargo, esto no fue un obstáculo para ellos. Anna se sintió atendida y cuidada por el personal y compañeros checos que hacían de su estadía mucho más placentera.

La fábrica en Belcamp era un complejo de edificios que imitaba el estilo de Zlin. Además de la fábrica como tal, había hospedaje para los empleados que venían desde Checoslovaquia. También había familias, que tenían casas, mientras que los solteros vivían en la «Men’s house» y en la «Daily Farm». Por supuesto, no podían permanecer con hambre, por lo que había cafetería; para entretenerse, un salón de juegos, enfermería por cualquier situación que se presentara y otras facilidades. Los Bata eran vanguardista en su época, en relación con el cuidado e interés que le brindaban a su gente. Ahora, se puede decir que era una empresa con una gran responsabilidad empresarial hacia sus empleados y hacia su comunidad.

Daily Farm, Belcamp

Men’s House, Belcamp

Toda historia de amor comienza en alguna parte, ¿verdad?

En Belcamp, Anna y Frantisek finalmente se conocen. Los solteros hacían sus reuniones fuera del horario laboral y, en los fines de semana, hacían viajes a lugares cercanos. Belcamp estaba muy próximo a la costa, por lo que decidieron ir a Atlantic City, famosa en esos años por su paseo frente al mar, Washington, las cataratas del Niágara, Nueva York, etc.

A pesar de haber una historia de amor, la de terror no se acaba. A principios de 1939, los nazis habían ocupado Checoslovaquia. Con la terrible invasión, Checoslovaquia desapareció y se convirtió en un protectorado de Alemania. Meses más tarde, la segunda Guerra Mundial comienza con la invasión a Polonia. Siendo Estados Unidos parte de los aliados y Checoslovaquia un protectorado alemán, las políticas migratorias relacionadas con los ciudadanos checos, incluidos los de Belcamp, cambiaron y no extendieron los permisos de residencia por más tiempo del contemplado originalmente.

Se encontraban en un callejón sin salida porque no podían regresar a Europa, ya que la guerra se estaba extendiendo. La compañía se esforzó en ubicar a sus empleados en países que los recibieran y tuvieran relación con la Bata. Había otras fábricas o vínculos en Argentina, Malasia, Canadá México, Bolivia, Brasil, Costa Rica, Cuba y, por supuesto, Guatemala…

Sigue leyendo la historia de los Ricica Siskova y su llegada a Guatemala el sábado 22 de agosto.

Autora

María José Quezada

¡Hola! Mi nombre es Majo Quezada y disfruto leer y escribir. Para mí, leer es cuando puedo liberarme, imaginar y expresar lo que siento. A menudo imagino que estoy en la época medieval. Es por eso que mucho de lo que escribo es sobre personajes fantásticos como héroes y princesas; sin embargo, también me gusta estar al tanto de lo que pasa en el mundo actual. Me gusta pensar que soy una persona un poco anticuada, pero moderna a la vez. Disfruto de casi todos los géneros de música, bailar, salir a fiestas y cosas normales que hacen los adolescentes. Imaginar para mí es un medio para organizar mis pensamientos y seguir adelante con la vida. Como Walt Disney dijo: «Cuando creas en una cosa, cree en ella todo el tiempo, de manera implícita e incuestionable».

Artículos de la autora