«Dondequiera que veamos racismo, debemos condenarlo sin reservas, sin vacilación, sin calificación».

António Guterres
Secretario general de las Naciones Unidas, 2021

El racismo —ideología que defiende la superioridad de una raza frente a las demás y la necesidad de mantenerla aislada o separada del resto dentro de una comunidad o un país— afecta todos los aspectos de nuestra sociedad, incluyendo el sistema alimenticio. Las estructuras socioeconómicas y políticas que se aprovechan de las personas de color y las minorías, junto con la constante desinformación con respecto de grupos étnicos hacen al racismo una de las bacterias más grandes que tenemos como sociedad.

El racismo no son solo actitudes de prejuicio; el racismo es historia, es un legado que a lo largo del tiempo ha privilegiado a un grupo sobre otro. Los esfuerzos para llegar a un sistema alimentario justo y accesible se han obstaculizado debido al racismo, tanto desde el racismo institucional como el estructural.

A pesar de que el racismo es un tema mencionado con mucha frecuencia y que la contra él ha ganado más luz en los últimos años, casi nunca es mencionado en el ámbito de alimentación. Muchos programas que luchan contra el hambre y la inseguridad alimentaria fallan en mencionar en sus estadísticas el racismo como una de las fuentes para las cifras que muchas veces son desproporcionadas para las personas de color.

En Estados Unidos, las personas afrodescendientes y los latinos tienden a tener menos acceso a alimentos de calidad a precios accesibles y tienden a sufrir de desnutrición a mayor escala. En 2020, el 24% de las personas de color experimentó inseguridad alimentaria, más de tres veces la tasa de los hogares blancos. «Los hogares negros e hispanos tienen más del doble de probabilidades de experimentar inseguridad alimentaria. Durante los últimos 20 años, tanto los hogares negros como los hispanos han tenido consistentemente al menos el doble de probabilidades que los hogares blancos de experimentar inseguridad alimentaria» (American Progress, 2021).

En México, los pueblos indígenas y afrodescendientes son los grupos más afectados. La falta de infraestructura para una distribución de alimentos equitativa y el almacenamiento adecuado de los mismos ha llevado a que alimentos sobreprocesados sean más accesibles, dejando a las frutas y verduras a costos sumamente altos. La última Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (Ensanut-MC, 2016) encontró que el 56% de los hogares de población rural con presencia indígena estaba en un nivel severo de inseguridad alimentaria, caracterizado por una disminución en la cantidad y calidad de la dieta y, en algunos casos, experiencias de hambre. Esto se refleja en la calidad de la alimentación, pues se consumen alimentos baratos, con alto contenido calórico y de baja calidad nutrimental —como galletas y refrescos— y hay un bajo consumo de frutas, verduras y proteína animal (Castañeda, Aradillas, Contreras, Cilia y Galván, 2015; Ensanut-MC, 2016; González, 2016).

En Canadá, los hogares afrodescendientes tienen más probabilidades de experimentar un acceso inadecuado o inseguro a los alimentos debido a restricciones financieras. La prevalencia de la inseguridad alimentaria en los hogares canadienses difiere notablemente según el estatus indígena y el grupo racial/cultural. Las tasas más altas de inseguridad alimentaria se encuentran entre las personas de color con un 28.9%, las indígenas con 28.2%, incluso árabes y asiáticos occidentales con 20.4%, comparado con 11.1% de aquellos que se identifican como blancos.

Reconocer el racismo como una de las bases del actual sistema alimentario ayuda a explicar por qué las minorías tienden a sufrir desproporcionadamente. La seguridad alimentaria coloca una gran carga en nuestra sociedad a través de la atención médica y los costos sociales que se dan como consecuencia. Las personas que experimentan inseguridad alimentaria muchas veces consumen una dieta pobre en nutrientes, lo que puede contribuir al desarrollo de obesidad, enfermedades cardíacas, hipertensión, diabetes y otras enfermedades crónicas.

En el caso de los niños, experimentar inseguridad alimentaria a una temprana edad está relacionado con problemas de salud mental, como la hiperactividad. Las experiencias de hambre en la niñez aumentan el riesgo de desarrollar asma, depresión e ideación suicida en la adolescencia y la adultez temprana. Una salud física deficiente, vulnerabilidad a una amplia gama de afecciones crónicas, como diabetes, enfermedades cardíacas, hipertensión, artritis y problemas de espalda, además de múltiples condiciones crónicas, son las principales consecuencias en los adultos. Es importante mencionar que el riesgo de sufrir depresión, trastorno de ansiedad, trastornos del estado de ánimo o pensamientos suicidas también aumenta dependiendo de la gravedad de la inseguridad alimentaria.

Todos y cada uno de nosotros jugamos un papel clave, ya sea contribuyendo o rompiendo prejuicios raciales y actitudes desagradables. Debemos luchar en contra del racismo no solo porque nos separa, sino también para mejorar el acceso a alimentos, educación, para que todos podamos encontrar un trabajo digno, igualdad de acceso a atención médica y un trato justo en los tribunales de justicia sin importar nuestro color de piel.

Imagen tomada de: https://helpingpeople.org/what-food-insecurity-means-for-a-childs-development/

Autora

Sofía Cuellar

¡Hola! Mi nombre es Sofía Cuellar y me encanta hablar de temas controversiales. Este espacio está dedicado a compartir mis ideas, opiniones y datos de temas actuales como política, tecnología,  género y otros. Desde una perspectiva objetiva, transparente y auténtica espero compartir lo que me interesa contigo. ¡Te invito a leer!

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