«Somos lo que comemos» es una típica frase que venimos escuchando desde que somos niños pequeños. La comida a esa corta edad era comprendida de una manera simple. Comíamos lo que queríamos, comíamos cuando teníamos hambre, dejábamos de comer al sentirnos llenos. Disfrutábamos la comida. Pero para muchos, hoy en día, ese sentimiento es inimaginable.
Desórdenes alimenticios. Estas dos palabras se han presentado con una extrema sensibilidad, pero esta delicadeza y respeto hacia el tema es aún más razón para aprender acerca de ellas. Por mucho tiempo, se ha creado un estereotipo de cómo se ve un desorden alimenticio: «Anorexia, bulimia, bajo peso, notorio, extremadamente grave, un término exclusivamente físico». Y aunque muchas veces es así, muchas veces no lo es.
Empecemos por entender qué es un desorden alimenticio.
Estos son padecimientos en la salud mental en que la comida, la imagen corporal, comer y el peso se convierten en una fuente de ansiedad y pensamientos distorsionados. Generalmente, empiezan en la adolescencia y, al contrario del pensamiento popular, no solo afectan a mujeres. Se puede llegar a comer mucho menos o mucho más de lo necesario. Son afecciones médicas, no dietas saludables o un estilo de vida. Deterioran la capacidad del cuerpo para obtener nutrientes, lo que conduce a otros problemas, como en los huesos, cardiacos, renales, anemia e incluso pueden conducir a la muerte. A pesar de esto, la mayoría de víctimas experimentan cierta satisfacción de tener el control sobre algo tan significativo, razón por la que no quieren o buscan salir de ello. Por suerte, hay tratamientos que pueden ayudar.
Desde mi primera persona
En 2020, durante la cuarentena empecé a interesarme más por comer bien y hacer ejercicio, aunque al principio parecía ser beneficioso, mi obsesión por bajar de peso me hizo restringirme de grupos alimenticios, entrenar excesivamente y arrepentirme por comer cualquier alimento que consideraba «malo». Con el tiempo fui saliendo de esto, pero sin notarlo, comiendo de menos día a día. Entré en un ciclo de no comer y comer demasiado que afectó mi salud mental y física. Como en muchos, se volvió gratificante este control que poseía y los comentarios de externos, por lo que lo ha convertido en una dificultad y algo compulsivo. Hoy en día todavía me cuesta comer sin sentir culpa e incluso mi apetito ha disminuido. No es fácil ni vale la pena llegar a un punto amenazante.
Aunque tenía miedo de hablar sobre esto. En mi miedo, creí que era la única que estaba viviendo algo parecido, pero con el tiempo he conocido a muchas personas que sufren de una pésima relación con la comida, lo que me motiva a tocar el tema. Mi propósito es primero informar, pero incluso más importante dar a entender que si alguien leyendo esto conoce y conoce personas con estos síntomas o se identifica con un desorden alimenticio, no está solo, no está loco y, aunque es difícil, puede recuperarse.